Y caes en el segundo plano, mucho más lejano de la realidad, donde el agua empapa hasta las lágrimas no derramadas, donde la línea que cruza nunca será interrumpida por nuevos amaneceres. Sigues notando el vacío tan hondo que podría hacer bailar el eco sobre tus pestañas, pero no hay límite en el cambio de nivel, no hay paradas contemplativas, ni siquiera un leve receso para esquivar los tonos fríos de tu piel. Cada vez más cerca del fondo vegetal, recuerdas los motivos de tu atrevimiento y un dulce sabor a fresa en tus labios te transporta a conversaciones de noches esquivas, aquellas horas en las que no hacía falta hablar de amor. Ahora, al rozar el fin, entiendes que el amor no había que hablarlo, solamente era necesario para ser dado. Ahora que vuelves a mirar, un rayo de sol estático se va escondiendo tras la pesadez de los párpados que son empujados por la presión de la distancia.
12 mar 2009
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